domingo, 6 de abril de 2014

AFORISMOS DE ERNESTO ESTEBAN ETCHENIQUE
(Extraído de un reportaje de la revista “Recua”)


En el rostro de Ernesto Esteban Etchenique siempre campea una sonrisa de beatitud. Su mirada es clara y transparente. Y sus manos, frágiles manos, parecen dibujar en el aire el gesto de una caricia. Es un hombre sencillo, al punto que sería difícil reconocer en él al autor de tantas y tantas frases maravillosas, pletóricas de intención y sabiduría.
Ernesto Esteban Etchenique es, por sobre todas las cosas, un hombre sensible. Sus ojos se llenan de lágrimas con una facilidad conmovedora. El simple hecho de contemplar una puesta de sol, el vuelo de un ave, el alejarse de un ómnibus o bien, la sombra de una guía telefónica proyectada sobre una pared, obtiene el milagro, repetido milagro, de que sus pupilas se empañen y sus labios se vean estremecidos ante la inminencia del llanto.
-A veces pienso que mi audacia no tiene límites —nos sonríe, pícaro— cuando me atrevo a incursionar en un género que ha sabido de maestros tales como Antonio Porchia y otros. Con mis aforismos, con mis humildes aforismos, con estas despojadas frases que reúno con paciencia de orfebre, no es mucho lo que pretendo. Es mi intención, tan sólo, brindar a mi semejante, al ser humano, la llave que le permita acceder al Esclarecimiento Definitivo. A la Verdad Eterna.
Y para ello, Ernesto Esteban Etchenique ha elegido uno de los rumbos más difíciles y sacrificados: el del cultivo de los aforismos. Ese permanente afán de captar lo medular, de resumir en dos palabras, en tres a lo sumo, en cinco si hacen falta, el inmenso y complejo sentido de la Vida. Esa vocación por construir con lo mínimo, asceta de la literatura, una catedral maravillosa de ideas, de sentires, de mensajes.
—Yo entiendo que no es fácil para el lector común—reconoce a “Recua” Ernesto Esteban Etchenique— llegar a captar, en frases tan concisas, tan desprovistas de oropel, tan primarias, ese contenido que abre ventanas, que agranda horizontes, que genera creación…
Ernesto Esteban Etchenique no puede continuar. Un acceso de llanto lo dobla sobre sí mismo. Comprendemos que no será posible continuar la entrevista con el literato. No sólo deberíamos vencer su particular introspección, su resistencia a hablar sobre su persona y su obra, sino que, ahora, lo advertimos transido ante la emoción que le produce la visión de las pilas de nuestro grabador. “Recuerdan, y olvidan que recuerdan”, nos ha regalado.
Debemos buscar nuevos rumbos para nuestra nota y Angelita, su compañera de toda la vida, su mujer-novia-madre, es quien acepta aportar una anécdota que colaborará a que el lector de “Recua” pueda formarse una imagen más precisa y total de Ernesto Esteban Etchenique.
—Conocí a Ernesto en una Feria del Libro —nos relata con una voz que descubre su emoción— allá por el año 45. A pesar de que él era aún muy joven, yo ya sabía de su fama y de su talento. Había leído de él algunos artículos, poemas cortos, sonetos, en la revista “Albor”. También había leído sus primeros aforismos, sin saber que eran aforismos, yo suponía que eran títulos de libros anteriores. En mi disculpa, hay que considerar que era apenas una niña, no había cumplido 17 años y los 17 de aquella época no eran los 1 7 de ahora. Aun así, pese a mi proverbial timidez, reuní valor, todavía no puedo entender cómo, y me decidí a hablarle. Recuerdo que recurrí a una excusa tonta: le pregunté, fingiendo ser redactora de una revista estudiantil, qué pensamiento, qué conclusión le motivaba la feria, aquel cenáculo del saber, aquel ámbito de erudición y cultura. Ernesto me miró, recuerdo, y por largo tiempo no contestó. Sin duda, estaba buscando en su cerebro aquella frase justa, sin aditamento ninguno, aquellas pocas palabras que reflejaran plenamente en una reflexión exacta toda esa cosmogonía literaria. Me acuerdo que me hizo un gesto para que yo aguardara, luego tomó un lápiz y en un pequeño papelito escribió dos palabras, sólo dos palabras. Dobló el papelito y, siempre sin decir nada, me lo dio. Yo me fui a mi casa, apretando ese papelito en un puño como quien aprieta un tesoro, sin atreverme a abrirlo. Ya en la soledad de mi pieza, abrí el papel y decía: “Estoy afónico”. Allí comprendí que aquel hombre maravilloso necesitaba de alguien que le tejiese una bufanda.

Aforismos de Ernesto Esteban Etchenique.
El perro es perro. Y no lo sabe.
Mientras más sé, menos sé. No sé.
¡Já! ¡Qué estúpida es la astucia
Quiso ser eterno. Y fue técnico electricista.
La mentira se ríe de la verdad. Pero su risa es falsa.
Escupir hacia arriba, sin mancharse uno mismo. ¡He ahí la verdadera ciencia!
No juzgar a los hombres por sus actos. Condenarlos.
 El necio no sabrá apreciar ni el sabor de una flor ni el olor de una fruta.
Decimos: “Haz como la hormiga, que trabaja todo el día.” ¡No sabemos cuan jóvenes mueren!
El árbol se ríe del hacha. Así le va.
Si todos los hombres del mundo se tomasen de las manos… ¡Cuán larga sería esa fila!
Alegra ver caer las gotas de lluvia. Pero ellas se destrozan contra el suelo.
Piensa un minuto y serás justo. Piensa una hora y se te ha­rá tarde.
Quieres vivir todos los días. Ya aburres.
¿Acaso el Universo no es de todos? ¿Qué esperas para arrancar un tomate?
La paciencia, espera. La virtud, observa. El pato, parpa.
Se puede hacer una armadura con papel. Pero no te pelees.
El aire está en todas partes y nadie le dice nada.
Todo lo que puede depararte la vida, de ahora en más, es basura.
El hijo dela Sabiduríay el Honor, ya camina.
Llamamos flor a la flor, pero la flor no sería flor, si fuera la flor por nosotros llamada.
Si un hombre es pobre de espíritu, sucio, ruin y malolien­te, no valen por él ni estas líneas.
La virtud del virtuoso, la envidia el oso.
El fruto de la codicia es amargo. Pero no hay otra cosa.
El oído quisiera ver y el ojo, oír. ¿Quién los entiende?
Todo aquel es quien pudiera no haber sido, de serlo antes.
La perfección es obsesiva. Y eso es un defecto.
El sabio, en su sabiduría, no ve el alud que lo sepulta.
También el rudo buey fue débil cordero.
Una vida más larga… ¿Acortaríala Muerte?
Amigos son los huevos, que están en el mismo nido y nun­ca se regañan.
Me descalcé en la oscuridad. Y pisé algo.
No es el pañuelo quien se engripa.
No intentes demostrarme tu escepticismo. Yo no te creo.
No es más ágil el atleta que quien se cae de un árbol.
No te mueras nunca.
El muerto se ríe del degollado. Y éste, de su trabajo.
La maza castiga el yunque. Algo habrá hecho.
Haz como el beduino, que arma su tienda y no se queja.
Si tu mejor amigo te incrusta un puñal en la espalda… desconfía de su amistad.
 El pájaro es libre. Lo sería aún más de ser soltero.
Un dibujo vale por mil palabras. Y si es de Picasso…
Busco espíritus sensibles. Intermediarios abstenerse.
El loro plagia la palabra, pero quien está preso es el canario.
Por muy alta que sea una montaña, no sobrepasa su propia cúspide.
El pavo real abre su cola sin importarle si es día feriado.
Quien ríe último, de la desgracia ajena, ríe mejor.
Mis aforismos son como los buenos vinos, mientras más pasa el tiempo, más caros.
El aforismo es una flecha. Parte de mi boca y se clava en tu ojo.
Si tantas veces va el cántaro a la fuente… ¿no será muy pequeño?
Dios aprieta pero no ahorca ni cae en el sadismo.
Una palabra puede herir. Pero un martillazo es feroz.
La rosa tiene espinas, pero… ¿tiene pétalos el atún?
Reprochas al sordo que no te escucha. ¡Grítale más fuerte!
Dios me señaló con su dedo… ¡y me lo metió en un ojo!
Aun viéndote sucia y borracha, me arrodillo para nombrarte: “¡Madre!”
Si crees en la reencarnación no te rías de la fealdad del sapo.
El puntapié que me asestaste… ¿no será una opinión?
Te siento cuando te toco y, cuando no te toco, también te siento. ¿Que tienes en la piel?
Te regalaría las estrellas, pero te has empecinado en un par de zapatos.
Cuanto más subo, más bajo. Cuanto más bajo, más subo. ¿Qué me pasa?
“No es fácil que un camello entre al Reino de los Cielos” (proverbio árabe).
Quise conocerme a mi mismo. Cuando me hallé, estaba muy cambiado.
Se aprende más en la derrota que en la victoria, pero… ¡prefiero esa ignorancia!
El que nada desea, es sospechoso.
Supe perdonar a la mujer adúltera. Mi piedra no le acertó.
El espíritu del virtuoso es como un espejo. Te miras en él y puedes peinarte.
El hombre sabio es pobre en apariencia, pues su tesoro está en Suiza.
En el mundo hay Bondad y Maldad. Justicia e Injusticia. Árboles y tortugas. Hay muchas cosas.
Para el Sabio no existe la riqueza. Para el Virtuoso no existe el poder. Y para el Poderoso no existen ni el Sabio ni el Virtuoso.
Aquel que ha tocado el cielo con las manos… ¿cuánto medía?
Ay! El Dolor se repite. Ay!
Aquel que ha perdido una oreja no desea aros.
He cometido el peor de los pecados. No he sido millonario.
Reparad en ese pato que corre. Reparad en aquel cordero que trisca. Reparad esa cerca que huyen los animalitos.
¿Qué superficial es la alegría ruidosa de la orgía!
Si dices que lo tienes en un puño… muy pequeño ha de ser tu enemigo!
Si quieres alcanzar la Sabiduría… ¡empieza a correr ya!
Reconoce tu idiotez y serás un idiota lúcido.
El tirano admite que lo odien, pero odia que se rían de él. Y más aún que le arrojen una bomba.
Mientras mas brillante la luz, mayor el gasto.
La última victima de la guerra dijo, al caer: “¡Que mala suerte!”
Cuando el tacto vale más que el sentimiento, la amistad de la orgía no es sincera.
No vale más el singular topacio que el vulgar cascote. Pero si me dais a elegir… dadme el topacio.
Haz el mal sin mirar a cuál.
Simula reír la hiena. Pero no entiende los chistes.
¡Desdichado el mendigo que no conoce el placer de dar!
El ciego, al lavarse la cara, se reconoce.
Morir… ¡extraña costumbre!
La hiena ríe pues no piensa en el mañana.
Muy distinto es no decir lo que se piensa que no pensar lo que se dice.
Si no cantara el gallo igual amanecería.
Consulté con mi almohada y me dijo: “Consulta con tu médico”.
El hombre probo y pío es mitad santo y mitad pollito.
Desdichado quien encuentra una muerte horrible, pero… ¿no pensamos en quién la ha perdido?
No hay completa belleza. El tigre es hermoso, pero su orín es pestilente.
Lo llamaron científico, estadista y pensador. Pero nunca fue tan feliz como cuando lo llamaron “Bichi”.
El humor no debe ser risa. Sí, sonrisa. Y, de ser posible, llanto amargo.
Si tropiezas dos veces con la misma piedra… ¡sácala de allí!
Cuando alcancé la Sabiduría, ella me miró y dijo: “Ya me alcanza cualquiera”.
El optimista ve la copa medio llena. El pesimista la ve medio vacía. El borracho la ve doble.




Libro: Nada del otro mundo y otros cuentos
Autor: Roberto Fontanarrosa

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