sábado, 11 de junio de 2011

vox populi

Alguien dijo que para escribir solo hacían falta dos cosas. Tener algo que decir y decirlo.
Creo que cosas que decir tenemos todos, pero la certeza inevitable de que a la historia no le tocamos el culo ni con una caña, nos desanima a la hora de trasmitir nuestras inquietudes.
Vivimos en un mundo complicado, una realidad de la que renegamos pero no hacemos nada por cambiar.
Somos un atajo de egoístas hijos de puta, patéticos herederos de un mundo caótico y paranoico, seres enfrascados en sus pequeños mini-mundos, con sus propios “problemas”, (siempre mas importantes que unos cuantos negritos en una patera) un mundo habitado por una recua de descastados que se creen con el derecho de destruir un planeta que no les pertenece. Adalides de la sinrazón, tristes cipayos de una existencia sin karma ni mutaciones, seres de carne que vendieron el alma al dios del olvido y la indolencia.
Lo más frecuente en estos días es el olvido. Olvidar es una condición imprescindible ala hora de encarar cada día.
Así es mas fácil entender los muertos, las guerras, la violencia, el abuso de poder, la contaminación, la jubilación a los 67 cuando desde los 35 te cuesta encontrar trabajo.
Si uno se olvida de quien es no sabe lo que quiere, y un ser que no sabe lo que quiere es muy sencillo inculcarle pasiones o credos, decirle a quien odiar y a quien amar, que música oír que libros leer, que sexo tener,....
A un individuo que le negamos el acceso a el arte, la literatura, la filosofía, solo lo alejamos de su yo verdadero para sumergirlo en un infierno de dudas, y una vez así...ayunos de inquietudes, no resulta complicado embaucarlo con palabras halagüeñas e infames proclamas con tal de convencerlo de dar la vida por cualquier cosa, Dios, Ala, Mahoma o cualquier otro superheroe invisible y salvador. Incluso parece buena idea dedicar toda la vida a pagar la hipoteca de los 60 metros cuadrados que conforman su “hogar”....en realidad un triste sucedáneo cuya única ventaja era estar cerca de la oficina.
Ni nos dimos cuenta del momento en el que nos cambiaron el látigo por las cuotas. Y si lo hicimos será que lo olvidamos, y ahora vagamos parias, por un desolado paisaje infectado de personas solas, de individuos tristes y cada vez menos humanos.